miércoles, 3 de diciembre de 2008

Mexico 68



En 1964, cuando México fue elegido para ser la sede de los juegos olímpicos de 1968, muchos países se pusieron en contra; argumentaban que nuestro país no sería capaz de llevar a cabo un evento de tales dimensiones, que no había economía, ni infraestructura, que éramos un país subdesarrollado y por lo tanto las olimpiadas serían un fracaso. Sin embargo, un equipo de profesionales: arquitectos, diseñadores, fotógrafos, reporteros, estaban a punto de demostrar que no sólo sí se podía, se habían propuesto hacer unas olimpiadas memorables.Así en 1966 un equipo encabezado por el arquitecto urbanista Pedro Ramírez Vázquez (quien recién acababa de construir el Museo Nacional de Antropología) emprendió una labor, que a 40 años podemos calificar de titánica y contra reloj. Se trataba de la transformación de una ciudad, en menos de dos años. Los ojos del mundo estaban sobre México. El también arquitecto Eduardo Terrazas era el encargado del departamento de diseño urbano y ornato, tremenda labor la que le esperaba: la creación de un logotipo oficial, que finalmente resultó una obra de op art, que estaba muy de moda en la época con artistas como Kenneth Nolan y Frank Stella. Además de la búsqueda de una identidad olímpica que estuviera en diálogo con el resto del mundo, ese era el mayor reto. Con un equipo de aproximadamente 200 personas, se empezó a “olimpizar” la ciudad, a través de un sistema de códigos gráficos de colores, inteligibles para cualquier persona a pesar del idioma, se esperaba que llegara gente hasta con 36 lenguas diferentes.El paseo de la reforma se volvió azul, el periférico verde, insurgentes rojo y el circuito interior rosa, así encontrábamos las principales avenidas en los mapas, pero no sólo en ellos, a lo largo de estas arterias los postes estaban pintados del color correspondiente, con estandartes y la paloma olímpica del color indicado. A mismo tiempo se construían el Palacio de los Deportes, la Villa Olímpica, el Canal de Cuemanco y el Velódromo.Por primera vez disciplinas olímpicas fueron representadas por iconos, antes se acostumbraba hacerlo con figuras del cuerpo humano emulando el deporte, nuevamente a cada disciplina le pertenecía un color. Cabe destacar dos cosas, en México no existían escuelas de diseño gráfico, ni había computadoras. Por su lado, Beatriz Trueblood, directora de publicaciones, se encargaba de hacer timbres, mapas, carteles, programas, postales, todos los impresos, por cierto sólo había un impresor, Miguel Galas. Todo esto lo podremos apreciar a lo largo de la exposición Diseñando México 68: Una identidad olímpica comprendida en cinco núcleos
1. Ambientación Urbana 2. Epopeya Gráfica 3. Memoralia Olímpica 4. Impacto Publicitario y Apropiación Ciudadana y 5. Identidad Gráfica.
Con fotografías, video y los objetos de la época. Curada de manera conjunta por el arquitecto Eduardo Terrazas y Tania Ragasol, con asesoría cercana Pedro Ramírez Vázquez y Beatriz Trueblood, la muestra pretende rescatar y reconocer el arduo trabajo que se hizo en la olimpiada número 19, que se ha convertido en un hito del diseño gráfico a nivel internacional, sin duda, una exposición para la nostalgia y para la sorpresa de las nuevas generaciones, en la que todo el comité organizador (alrededor de 400 personas) se llevó, sin duda, medalla de oro.

martes, 2 de diciembre de 2008

ICE BAR - un antro de hielo.


De principio, no parece nada singular: otro antro de los muchos sin nombre que han circulado por Av. Nuevo León, casi en su cruce con Tamaulipas. De hecho, la entrada del banco contiguo resalta mucho más que la del lugar. Desde fuera, lo más llamativo es el letrero que pende del segundo piso: “Ice Bar”. Así de botepronto, el nombre parece otro lugar común condesero, pretencioso. Sin embargo, una vez dentro, uno se percata de que el nombre pecará de descriptivo, pero no de pretencioso. En efecto, el antro es de hielo. Y sí, está en la Condesa.
La visita cuenta como experiencia, pero no es para cobardes. Primero hay que sortear la entrada, que es un poco estrecha y se achica aún más cuando la fila va llegando al elevador. Una vez arriba, de inicio, parece un lugar, aunque bonito, bastante común: paredes negras, una pequeña pista de baile, barra y balcón de fumadores, silloncitos lounge y apenas unas luces amarillas, difuminadas, que iluminan justo lo necesario. La verdadera sorpresa, sin embargo, está al fondo a la izquierda. Un montón de gente se arremolina en lo que parece ser un guardarropa nocturno, justo antes de una gran puerta metálica. Lejos de verse más ligeros, todos abandonan el guardarropa con pinta de esquimales: enormes abrigos de nylon, guantes y gorros con peluche en el borde. Traspasan la puerta, entusiasmados: dentro está el antro de hielo más grande del mundo.
Para nuestros ojos región 4, la descripción más cercana es la de un refrigerador industrial, como de súper. Bueno, eso, pero con el lujo de un hotel cinco estrellas: las paredes están hechas de enormes cubos de hielo tallados a mano, igual que los asientos, que están cubiertos, además de piel, para no mojar la retaguardia. También hay una barra que ofrece sólo shots. Tal como lo imaginas: los shots están servidos en caballitos de hielo.
El Ice Bar es único por otra razón: mientras que todos los demás antros de hielo del orbe tienen al vodka como bebida de casa, el Ice Bar sirve tequila Tradicional helado.
La experiencia hay que tenerla, aunque eso sí, difícilmente aguantarás más de 15 minutos de corrido dentro del salón de hielo. No te preocupes: fuera, la música es cumplidora: onda lounge-indie-pop-hip-hop-cool. El cover cuesta $200, pero incluye un shot de hielo, así que seguro lo desquitas. La última recomendación: no es un antro apto para usuarios de Converse. No porque en la cadena te prohíban el paso, sino porque el frío te va a calar sabroso.